Primera de Cuatro Partes.
La crianza de ganado vacuno, caballar y cerda durante el primer tercio del siglo diez y nueve, no fué verdaderamente importante dentro de nuestra economía municipal.
En aquel tiempo se le prestó mas atención a la cría de ganado caballar, el caballo era el único vehículo de transporte; las largas distancias y pésimos caminos exigían bestias fuertes para vencer las jornadas y, por otra parte, el Gobierno Colonial estimulaba en cierta forma esa crianza, adquiriéndo periódicamente los potros mejor formados de determinada talla, para remonta de sus tropas de caballería.
Las fiestas de San Juan y Santiago que se celebraban con inusitado entusiasmo en los caseríos de alguna importancia y en la ciudad, eran también motivo para que los campesinos holguineros prestaran especial atención a esa cría que, en las referidas festividades, los mejores ejemplares, competían en las llamadas ¨corridas de cintas y carreras de caballo¨ en las que los mas diestros jinetes obtenían como premio bandas de vivos colores que las señoras y señoritas que presidían estos actos, siempre amenizados por orquestas, colocaban en los pechos de los que demostraban mas destreza en esas justas de pintoresco ambiente campesino.
Don Manuel Grave de Peralta administraba las fincas de su sobrino señor Perfecto Lacoste que tenía en la Hacienda San Cristóbal, una valiosa propiedad de mas de doscientas caballerías, una importante cría de equinos y que algunos años antes de 1895 remitió a la Habana, por tierra, un considerable lote de potros escogidos que allí el señor Lacoste vendió a los dueños de coches de alquiler. El encargado de conducir esa caballada fué el señor José Antonio Cardet que realizó su cometido a plena satisfacción de los señores Peralta y Lacoste. Fué una empresa árdua y de poco resultado económico.
En esa época era tal el entusiasmo de muchos campesinos holguineros por el deporte hípico que algunos años concurrieron llevando sus caballos a las carreras que se efectuaban en Ciego de Avila, Camagüey y lograron en varios de esos eventos triunfadoras las jacas holguineras.
El ganado porcino con su extraordinaria fecundidad pronto pobló las fincas holguineras, entonces ocupadas en un ochenta por ciento por montes firmes, donde los cerdos encontraban los alimentos que le proporcionaban los frutos de los árboles. Cada dueño señalaba a sus piaras de vacuno y cerdos con marcas en las orejas, que eran a modo de hierro para determinar la propiedad de esos animales.
Esa forma rudimentaria de crianza trajo por consecuencia que grandes cantidades de cerdos, se convirtieran en salvajes que eran conocido por puercos cimarrones o puercos jíbaros y que periodicamente eran perseguido por los monteros, que con cuadrillas de perros adiestrados, organizaban su cacería.
La prolongada sequía que sufrió esta región en el año 1844, ocasionó pérdidas en todas clases de plantío y de ganados; los ríos, pozos, veneros, etc, se secaron y para nuestros campesinos obtener agua para los usos domésticos, tenían que caminar leguas.
Pocos animales sobrevivieron esta sequía y empezó otra vez el fomento de nuestra incipiente ganadería.
No obstante los serios inconvenientes que someramente hemos apuntado, cuando dió principio la Guerra de los Diez Años ya existían varios hatos con una apreciable población bovina; pronto sin embargo, se agotaron la existencia de vacuno y cerda. A los dos años de haber empezado aquella épica contienda, ya se comían los caballos.
La situación de miseria en que quedó el país al terminarse tan prolongada rebeldía que practicamente finalizó con el Pacto del Zanjón no fué obstáculo para que los ganaderos, casi todos arruinados, haciendo un esfuerzo supremo empezaren a adquirir las reses que les ofrecían los vaqueros, casi todos de origen Canario que al amparo de las fortificaciones españolas habían logrado salvar parte de sus rebaños y con algunos cargamentos traídos de Puerto Rico empezaron a fomentarse nuevamente fincas ganaderas, sobre todo, en los barrios de San Andrés y San Agustín, así como en los proteros del Valle del Cauto donde la hierba guinea originaria del Africa y el paraná oriundo de la America del Sur, se propagaba con asombrosa exuberancia.
Continuará mañana.
Publicado en el Periódico Norte, Edición Especial del Jueves 21 de Agosto de 1958.
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